Leyenda de la Tarasca o La Fuente de los Alunados

Ubicado bajo el puente que une los regatos Rivillas y Calamón encontramos los restos de un antiguo molino abandonado conocido popularmente como “el molino de la Tarasca”, llamado así debido a la creencia de que una especie de monstruo habitaba en sus alrededores, acechando a los aldeanos tras las noches de tormenta. Se trataba de un  “animal selvático y montaraz, una especie de dragón con seis cortas patas parecidas a las de un oso, un torso similar al de un buey, con un caparazón de tortuga a su espalda y una escamosa cola que terminaba en el aguijón de un escorpión” (Montero Montero, 2006).

La leyenda.

Texto original: Martos Nuñez, Eloy (1995). Album de Cuentos y Leyendas Tradicionales de Extremadura. Badajoz: Junta de Extremadura. https://issuu.com/bibliotecavirtualextremena/docs/275_albumcuentos

Versión abreviada: Universidades lectoras. http://universidadeslectoras.org/lacqua/ficha.php?ficha=5

A mediados del siglo XIX en la calle de Almotacén, en lo que es hoy calle Norte y antes del Burro, vivía un tal Isaac Cohen, conocido físico o cirujano de origen judío, con fama de avaro y cara de pocos amigos.

En una noche de tormenta unos lugareños de La Albufera[1] llegaron a Badajoz reclamando urgentemente sus servicios para que atendiera a Pedro Durán, pobre aldeano, de oficio porquero, que se encontraba en las últimas.

Después de negarse una y otra vez a las peticiones angustiosas de la hija y de la esposa del moribundo, el abuelo de la familia consiguió ablandarle el corazón, no sin antes acceder a un desorbitado estipendio[2] que ascendía a la desorbitante cantidad de 700 maravedises, la mitad en mano y el resto a cuenta, además de ponerle dos caballos para poder llegar en menos de una hora.

Con la lluvia cayendo como pocas veces se había visto en Badajoz, salieron de la ciudad en dirección a La Albufera.

Los caballos trotaban saltando baches y rodeando los charcos de agua que la tormenta había formado, sin más luz que la de los relámpagos y sin gran confianza en llegar a tiempo, cosa que traía sin cuidado al médico.

Ya habían recorrido cuatro leguas cuando, de repente, los caballos relincharon y se pararon, negándose a avanzar. A pocos metros había una pila de maderos y troncos que ardía y, a los tenues resplandores de las llamas, vieron a un hombre colgado de un poste elevado: era un ahorcado. Aterrados y confusos, el viejo y el médico partieron a galope. Media hora después, con la tormenta aplacada, llegarían a La Albufera, entrando el médico en la casa del tío Durán. Tomándole el pulso al enfermo, los más negros presagios se confirmaron: el aldeano se moría de ahogos, su pulso se perdía y el corazón estaba a punto de fallarle.

En aquel momento, el enfermo abrió los ojos y, haciendo un esfuerzo, dijo que esa noche había tenido un sueño horrible, soñando que la tarasca les había salido al paso por el camino y había devorado al doctor, de tanto tiempo que habían tardado en llegar. La tarasca tenía atemorizada a la gente de la Albufera. Era fama que en el pueblo y en todos de la comarca que este feroz animal salía a los caminos y acometía a las gentes, enroscándoseles a la garganta y ahogándolas instantáneamente.

El avispado médico le recomendó al enfermo un emplasto de raíces y hojas de dedaleda[3]. Y al saber que esta planta no se recogía en La Albufera, el médico, que, mira por dónde, las llevaba en su maletín, se ofreció a dárselas pero cobrando cien maravedises. Pero, a pesar de darle dos sorbos del cocimiento y aplicarle sobre el pecho izquierdo la cataplasma de hojas de dedaleda, aliñadas en esta ocasión con manteca de puerco, vieron con espanto que la medicina no surtía efecto y el tío Durán fallecía instantáneamente después.

En medio del dolor y la desolación familiar, y a pesar de sus protestas, Isaac Cohen tuvo la frialdad suficiente para pedirles los trescientos cincuenta maravedises que le faltaban por cobrar, que era hora de regresar a Badajoz. Liquidada la deuda, entre maldiciones, la familia mandó llamar a dos sirvientes para que lo acompañaran a caballo. Se trataba  de dos cazis o cristianos nuevos, llamados Jad y Nach Lajdar, dos hombres buenos pero tenidos como lunáticos, que baja la influencia de la luna llena perdían la cordura. Alunados (más tarde darían nombre a la Fuente de los Alunados) que, según los más viejos del lugar, se dedicaban a atrapar a los incautos judíos que cruzaban en la noche por estos lugares inhóspitos, para darles muerte después en alguna fuente cercana.

Sin mediar palabra durante el camino, los tres jinetes, corriendo al galope por los llanos de La Albufera, se acercaban a Badajoz. Ya cerca de la ciudad, siguiendo esta vez un tortuoso camino, los tres hombres llegaron a las riberas del Calamón, cuando todavía no había indicios de luz. Lo que aprovecharon para detenerse a descansar unos momentos junto a un molino harinero. En esto que Cohen, que no montaba bien, se cayó al suelo, en tanto de los matorrales próximos salían unos ruidos extraños, lo que provocó que los caballos, asustados, relincharan, se encabritaran y retrocedieran. Y, cuando menos lo esperaban, vieron cómo de entre la espesura salía una extraña criatura, la tarasca, horrenda criatura que nunca abandonaba la espesura de los lugares donde habitaba. Y al que en las noches tempestuosas se le oía bramar, aumentando con sus rugidos tenebrosos la natural congoja de las noches infernales.

La tarasca se aproximó al médico caído y lo atrapó con su cola, arrastrándolo, mientras el desgraciado judío pedía auxilio desesperadamente. Los dos criados, aterrorizados, no se atrevieron a moverse del caballo. Sin embargo, uno de ellos, haciendo la señal de la cruz, invocó a Santa Marta, la doncella vencedora del Dragón[4]:

¡Santa Marta, Santa Marta, ven en nuestro socorro.

Tú, que venciste al monstruo, al Tarascón,

terror de la Francia, acude en nuestro socorro!

El monstruo desaparecería llevándose al médico judío hasta una fuente cercana (Fuente de los alunados), donde, tras ahogarlo con sus garras, lo sumergió en sus aguas. Con su cuerpo exánime y sin vida, la tarasca huyó a refugiarse a su guarida, situada en las inmediaciones de un molino cercano.

Avisado el ermitaño de Los Mártires para que acudiera a socorrerle y a darle los Santos Óleos al médico de Badajoz, por si estuviera aún con vida, encontraron su cadáver flotando sobre las aguas. Portando en su mano derecha una gran bolsa de badana, conteniendo 800 maravedises, dinero que fue devuelto de inmediato por los dos criados a la afligida familia Durán.

[1] Albufera: antiguo nombre de la villa de La Albuera.

[2] Cantidad de dinero que se paga a alguien por un trabajo realizado o por unos servicios prestados.

[3] Uno de los nombres populares de la digitalis purpurea, planta de carácter tóxico, esto es, venenosa, pero de carácter benéfico en medicina natural por tener un efecto reconocido como estimulante

del corazón, permitiéndole latir más despacio, con ahorro de energías.

[4] En las leyendas y relatos hagiográficos de Santos cristianos, el Dragón de siempre ha simbolizado a Satanás, el Demonio, el Príncipe de las tinieblas.

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