El tesoro de la Calle Cristo
Cuenta la leyenda que hace varios siglos, en una casa señorial situada en la calle Cristo nº 15, propiedad de Juan Sandoval en aquel entonces, se iba a llevar a cabo una idea premeditada de éste con la ayuda de su alarife.
Sin tardar en decidir el lugar, Juan, con un candil en la mano para iluminar la estancia, ordenó al albañil que comenzara a picar un muro ancho con un pico envuelto por una manta para hacer el mínimo ruido posible.
– “Un poco más”. Le indicó el amo.
– “Hay mucha piedra. Me extrañaba a mí que un muro tan ancho fuera todo ladrillo”.
Habiendo picado durante un tiempo y tras caer mucho polvo rojizo de barro, se podía apreciar un hueco en aquella pared blanca.
– “La meto ya”, indicó el viejo alarife mientras se secaba el sudor con la manga de su camisa.
– “Espera”, le contestó.
Juan Sandoval se quedó en silencio y miró con un gesto de tristeza el contenido de la bolsa que había hecho con pellejo de becerro. En ella atesoraba su pequeña fortuna. En otro momento, podrían haber sido muchas más bolsas de piel, pero debido al afán por malgastar el dinero por parte de su mujer y de sus hijos, lo perdió casi todo.
Comenzó a recordar una mañana de verano en la que, durante un mercado semanal celebrado en Almendral, sus hijos salieron a caballo y acompañados de sus criados, destrozando todo lo que por su paso se encontraban, nada más y nada menos que las mejores cerámicas, lienzos y porcelanas que los vendedores ambulantes estaban vendiendo. Este divertimento costó muy caro a Juan ya que los vendedores damnificados conocían la fortuna de la familia Sandoval, por lo que aprovecharon y tasaron lo destrozado por encima del valor real.
También pasó por su imaginación cuando sus hijos cambiaron la linde de una finca, apropiándose del terreno de un vecino. Éste, aprovechándose de la fortuna de esa familia igual que los vendedores ambulantes, también valoró el terreno en cientos de reales más de lo que realmente costaban las tierras.
Tras rememorar todos estos recuerdos que tanto daño le habían causado y debido al cúmulo de motivos que tenía, anudó el pellejo del becerro para guardar una notable cantidad de la hacienda que aún poseía y emparedarla para que así los herederos no pudieran malgastarla.
Solo el criado sabía lo que Juan dejaba allí y ambos se prometieron no revelar lo que acababa de suceder.
– “Ha tenido que ser así. Moriremos con este secreto”, dijo Juan.
– “Sí, mi Señor. Ya vendrá alguien que sí sepa apreciar el sudor que le ha costado amasar su fortuna”, contestó el alarife.
– “Gracias, Miguel. Mañana hemos de vernos. Ahora vete y descansa. Es tarde”.
Cuentan actualmente que Juan, ya mayor, murió con la cabeza “perdida” porque un becerro le dio un golpe en la misma durante un herradero. Y uno de sus hijos pasó sus últimos días en la indigencia y tuvo que ser recogido por uno de sus criados.
Mientras tanto, el tesoro permaneció oculto tras un muro del corral de aquel caserón de Almendral, a la espera de que alguien le dé el valor que tiene y honre la voluntad de su original dueño.
Dicen que hoy en día es tentador acariciar los muros de dicha casa, donde se siente el tintineo de las monedas que aún se encuentran en su interior.
Fuentes:
- Pérez González, Francisco J. (2001). Historias de por aquí; Págs. 15-18 http://archivodigitalbarcarrota.es
- Sobre algunos aspectos del folklore de Almendral (Badajoz). Revista “Saber Popular” nº 12, Año 1998 (Págs. 87-88) https://issuu.com
- A cuento del Patrimonio Cultural de Los Llanos. Pérez González, Francisco J. (Págs. 224-226) http://archivodigitalbarcarrota.es
- Fotografía de la portada: http://noledigasamimadrequeestoyhaciendofoto.blogspot.com