La Flor de la Lilá

Este cuento ha sido recopilado de la publicación Los cuentos populares extremeños en la escuela de Pedro Montero.

Esto era una vez un Rey que tenía tres hijos. Y uno de ellos se le murió.

El Rey va y les dice a los dos que le quedaban:

— Hijos míos, vais a ir al campo y me vais a buscar la flor de la lilá. Quien la encuentre, será la Corona para él.

— Sí, padre, mañana nos levantamos temprano y vamos a buscarla.

Así lo hicieron y después de mucho andar, andar, llegaron a una encrucijada. El mayor va y le dice al chico:

— Mira, tú te vas a ir por ese caminito y yo me voy a ir por éste. El que encuentre la flor de la lilá da una voz y nos reunimos aquí.

Después de mucho buscar, el pequeño tuvo la suerte de encontrarse la flor de la lilá. Conque se vuelve pa atrás y empieza a dar voces pa avisar a su hermano mayor.

— Ámonos a Palacio, dijo el mayor

Y cuando iban por el camino, el mayor mató a su hermano pa quedarse él con la Corona.

Conque lo enterró allí mismo, pero con el dedo pulgar fuera.

Y le nació una varita mu grande y le salieron allí unas flores mu bonitas.

Al llegar a Palacio el hermano mayor le dijo a su padre que traía la flor de la lilá.

— ¿Y tu hermano?, preguntó el Rey.

— Pos se habrá perdió en el bosque, padre.

Estuvieron esperando algún tiempo y al ver que no venía, le dieron al mayor la Corona.

Entretanto, un pastorcito con sus ovejas apareció por aquellos lugares, vió la varita y la cortó.

— ¡Huy, qué flores tan bonitas! Se las voy a llevar a mi madre.

Al cortarla, empezaron a salir de la varita unas gotas de sangre. Se fue a un regato próximo, enjuagó la varita, se la puso en la boca y empezó a pitar. Y se oyó:

“Pastorcito, pastorcito,

no me dejes de tocar,

que mi hermano me mató

por la flor de la lilá”

— ¡Huy, qué canción tan bonita! Pos ahora me voy al pueblo, empiezo a tocar y me tiran perras y así me ganaré la vida.

Conque se fue al pueblo y empezó a tocar por las calles. Y se oía:

«Pastorcito, pastorcito,

no me dejes de tocar,

que mi hermano me mató

por la flor de la lilá”

La gente salía a los balcones y a las puertas y le tiraban muchas perras.

— Anda, sube, que se lo cantes a mis niños— le pedían las mujeres.

Y seguía tocando:

“Pastorcito, pastorcito

no me dejes de tocar,

que mi hemano me mató

por la flor de la lilá”

Mira por donde, un paje real que andaba por allí oyó la cancioncilla y empezó a sospechar.

Conque le dice al pastorcillo:

— A ver, niño, toca, toca, que yo te oiga.

Y se oyó:

“Pastorcito, pastorcito

no me dejes de tocar,

que mi hermano me mató

por la flor de la lilá”

Y va entonces y le dice:

— Mira, pastorcillo, ¿quieres venir conmigo a que el Rey te oiga?. Seguro que te va a dar mucho dinero.

Conque después de subir las escaleras del Palacio el Rey le dice que toque. Y se oyó:

“Pastorcito, pastorcito,

no me dejes de tocar,

que mi hermano me mató

por la flor de la lilá”.

El Rey, intrigado, va y le pregunta:

— Oye, ¿dónde te has encontrao tú esa flauta?

— En el campo —contestó el pastorcito—. Era una varita mu bonita de flores y la corté.

— ¿Hace mucho que la has cortao?

— No —mintió el pastorcillo lleno de miedo—. Fue esta mañana.

Conque el Rey va y le dice a un paje:

— Anda, dile a mi hijo que venga, que quiero que oiga esta canción.

— ¿Qué quieres, padre?

— Mira lo que canta este niño. Toca, pastorcillo.

Y se oyó:

“Pastorcito, pastorcito,

no me dejes de tocar,

que mi hermano me mató

por la flor de la lilá”.

— A ver, tócala tú, pidió el rey a su hijo.

— ¡No, padre, no!

— ¡Sí, tócala!

Cogió la flauta y se oyó:

“Hermanito, hermanito,

no me dejes de tocar,

que tú me mataste

por la flor de la lilá”.

El Rey, con los ojos llenos de lágrimas, ordenó:

— ¡Sigue tocando!

Y se oyó:

“Hermanito, hermanito,

no me dejes de tocar,

que tú me mataste

por la flor de la lilá”.

El Rey, con gran dolor, se dirigió a su hijo:

— Ahora te quito la Corona y te hago un mendigo, pero dime antes dónde enterraste a tu hermano.

Fueron al campo, lo desenterraron y vieron que no lo había terminado de matar.

Lo llevaron a un médico y lo curaron.

Más tarde lo hicieron Rey y al culpable, un mendigo.

Y, colorín, colorao, este cuento se ha terminao.

Fuente:

  • Montero Montero, Pedro (1988). Los cuentos populares extremeños en la escuela. Colección Unidades Didácticas de Extremadura en la Escuela. Badajoz: Instituto de Ciencias de la Educación. Universidad de Extremadura.