Leyenda Basta ya. Clamaron los esqueletos
Algunos lustros posteriores a la conquista del Reino Moro de Badajoz, el monarca cristiano comenzó a notar que no marchaban las cosas muy acordes por estas tierras extremas.
Dos poderosos clanes: Los Bejaranos—de ascendencia castellano-leonesa—y los Portugaleses—de estirpe lusa–, se enzarzaban a menudo en cotidianas querellas por cuestiones de las tierras que a ambos les fueron dadas.
El rey Sancho IV no contó con el tacto suficiente para buscar una solución diplomática a tan acuciante problema, cuando una embajada de los Bejaranos se lo planteó en toda su crudeza.
Se limitó a aconsejar que puesto que las tierras fueron ocupadas por la fuerza de las armas, por tal fuerza fueron recuperadas.
Los Bejaranos no quedaron satisfechos con la inhibición real, tras la que vislumbraron infelices consecuencias para sus vidas y haciendas. Convocaron en conciliábulo a sus más representativos miembros, que decidieron tuviera lugar plenas Juntas en la propia Alcazaba. Allí, rechazando la protección del rey Sancho, designaron por monarca al señor Don Alfonso de la Cerda.
Y los Portugaleses denunciaron, raudos, la maniobra política.
Montó en cólera el rey Sancho, olvidando el agresivo consejo por él mismo dado. Tomó el hecho como afrenta personal para su omnipotente realeza y ordenó a las Órdenes Militares—vigilantes de esas tierras—que a los insurrectos castigaran.
Corrían, entonces, las vísperas del día primero de un mes undécimo. Una húmeda niebla difuminada el contorno urbano de la ciudad, envolviéndola en triste manto, cual verdadera orla, por la tristeza del día.
Y sin recordar a los cabecillas, pues me pienso yo que, como suele ocurrir, quien en realidad llevó la voz cantante para llegar a las manos de los Bejaranos y los Portugaleses, en fecha tan señalada, fue el egoísmo humano, ese tan desconfiado que hasta se le vuelven huéspedes los dedos de propia mano.
Olvidando el culto a los muertos, mediadas las horas del día, bien pertrechados para matar, los Portugaleses aguardaron a los Bejaranos en el campo de San Juan.
Con el toque el «Angelus», ese tan espiritual que hasta silencia el grito del cárabo en la linde del encinar, los dos bandos antagónicos se enzarzaron en cruel contienda. La más feroz de las luchas. La que ni pide ni da cuartel. Vivos o muertos; los demás no cuenta.
Y en lo alto de «La Muela», las tumbas de la Catedral hervían con huesos que se removían indignados por aquella ferocidad que trocaba al matar por el culto a los ya muertos.
Con habilidad sobrehumana, cabezas, troncos y extremidades, juntos se recompusieron. Con espeluznantes sonidos a tétricas castañuelas y fantasmal formación, los esqueletos abandonaron sus sepulturas y entre los combatientes irrumpieron.
El terror pasmó los cuerpos. Las armas se humillaron. Voces de ultratumba, sentenciosas, conjuntaron: ¡Basta ya, malditos de Dios! ¿No somos bastantes ya difuntos para que, en este nuestro otro día, vuestro odio nos proporcione mucho más?
¡Abandonad las armas; las herramientas hechas para segar tiernos tallos vegetales y ahora teñidas de espesa sangre bermeja; los palos y las horquillas. Dejadlo todo y arrepentíos de vuestra maldad rezando ante nuestras tumbas. Un día, uno solo, os pedimos vuestra presencia y nos la negáis con el pretexto de la guerra!
¡Dejad la cruz de la espalda….! ¡Tomad la Cruz el Señor! ¡Marchad a la Catedral y honrar estos nuestros huesos con la piadosa oración! ¡Basta ya de más muertos….. Malditos de Dios!
Tarde actuaron los esqueletos, porque cuenta la leyenda (para que lo diga la historia me parece muy sangriento) que los restos mortales de cinco mil fieles seguidores de los Bejaranos—hombres, mujeres y niños—recibieron sepultura en uno de los prados fronteros al río. Ese que, con su yerba arrasada, sería conocido por las generaciones contemporáneas como el Ejido Ansarero de San Roque.
Fuente:
- López García, Norberto. Leyendas de la Alcazaba. Badajoz: Caja de Ahorros de Badajoz, 1975. ISBN 84-400-8588-5.
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