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Cuentos de animales – La comadre zorra y la comadre cigüeña

Cuentan los que lo vieron, yo no estaba, pero me lo dijeron, que eran una comadre zorra y una comadre cigüeña. Como comadres, se juntaban todos los días y charlaban de sus cosas.

Un día la comadre zorra le dice a la comadre cigüeña:

– ¿Quieres, comadre, que hagamos unas papitas?

– Ea, pues vamos a hacerlas, le contestó la cigüeña.

– ¿Adónde las vamos a hacer?, preguntó el animal del pico largo.

– En una lanchita, le contestó la zorra.

Hicieron sus papitas y se pusieron a comer. La zorra, con su lengua, se comió todas las papas y se puso como el Quico. La cigüeña, con su piquito, se quedó con las ganas.

Al otro día se vuelven a Juntar y la comadre cigüeña le dice a la comadre zorra:

– Comadre, ¿quieres que hagamos otras papilas?

– Sí, vamos a hacerlas, le contestó la zorra.

– Y, ¿se puede saber dónde las vamos a hacer?

– Mira, comadre, esta vez las haremos en este aceitero, dijo la cigüeña.

Hacen las papilas en el aceitero y la cigüeña, con el pico tan largo que tiene, se comió todo, llevándose la zorra las mijinas que caían.

La zorra se enfadó y va y le dice a su comadre:

– Comadre, me has engañao.

– Yo no te he engañao, le soltó la astuta cigüeña. No sé por qué te pones así.

– Es que hoy te has comío todas las papas, dijo la zorra.

– Pues ayer te las comiste tú, le contestó la cigüeña.

– Ea, pues vaya una cosa por la otra.

Aquello quedó así, pero al día siguiente se volvieron a ver.

La cigüeña le dice a su comadre:

– Comadre, ¿quieres venir a una boda en el cielo?

– ¿Cómo vamos a ir a una boda al cielo?, inquirió la zorra.

– Si, mira, tú te montas encima de mí y yo te llevo volando a la boda del cielo.

– Eso ya está hecho, vámonos. ¡Hala!

La confiada zorra se montó encima de la cigüeña y empezó a volar.

Venga a levantar, y levantar, y levantar, y de que iban muy alto, la zorra, con algo de miedo, va y le dice a su comadre:

– Comadre, no vayas tan alto, que ya ni veo la tierra.

– No te preocupes, que todavía está el cielo más lejos, le respondió la cigüeña.

¡Ay, comadre, ámonos pa atrás!, decía la zorra muerta de miedo.

– ¡Uy, vete tú!

Y sin pensárselo dos veces, se volvió de espaldas y dejó caer a la zorra desde allí mismo.

Pero, ¿dónde fue a caer la zorra? En un centenal. Y se le metió una pajita en el culo y se oyó:

– ¡¡ Uuaaaahhhh …!!

Y colorín, colorao, este cuento s’hacabao, y quien no diga jacha, jigo y jiguera, no es de mi tierra.

Fuentes:

Cuentos de animales – Los animales despedidos

Pues, señor, iba un leñador con su burro por el camino y se le cayó con la carga. Se enfadó mucho el hombre, le dió una buena paliza y cuando llegó a casa dijo:

– Anda, ya no te quiero más.

Y lo echó a la calle para que se defendiera por sí propio.

Conque el animalito salió a buscarse la vida.

Iba por un camino cuando se le presentó un gato.

– ¿Dónde vas, compadre?, preguntó el minino.

– Mira, buscando fortuna, porque mi jefe me ha pegao y me ha echao a la calle. ¿Y tú?.

– ¡’Bu!, a mí me ha pasao igual. Le cogí una sardina al ama y me ha dao una paliza que ya no me quiere en casa-, contestó el gato.

– Eso, pos ámonos, sugirió el burro.

Así pues, el burro y el gato siguieron andando, andando hasta que se encontraron con un perro.

– ¿Dónde vais, compadres?, preguntó

– A buscarnos la vida, le respondieron.

– ¿Me puedo ir con vosotros? En mi casa me trataban a patadas y me he escapao.

– Ea, pos ámonos tos juntos.

Así, pues, el burro, el gato y el perro, todos juntitos, echaron a andar, andar, hasta que se toparon con una vaca.

– ¿Qué te pasa, comadre vaca?, le preguntaron a coro.

– ¡Uy!, he visto los machetones que traían los carniceros pa llevarme al matadero y yo me he dao el larguejo, les contestó la vaca.

– Ea, pos ámanos tos juntos, dijeron.

Iban el burro, el gato, el perro y la vaca anda que te anda, anda que te andarás cuando se les presentaron dos carneros.

– ¿Onde váis?, les preguntaron.

– Nos hemos escapao, pos nos querían llevar al matadero.

– Ea, pos ámanos tos juntos, pidieron los demás.

Caminito adelante iban el burro, el gato, el perro, la vaca y los dos carneros cuando se encontraron a un gallo.

El gallo les puso la misma disculpa de que iban a sacrificarlo y que por eso se había escapado del corral de su amo.

Todos juntitos, el burro, el gato, el perro, la vaca, los dos carneros y el gallo siguieron andando, andando hasta que se hizo de noche y se metieron en el monte.

En esto que el gato y el perro se lamentan:

– Vamos cansaos.

– Montaos encima, les dijeron.

Conque el perro se subió encima del burro, el gato encima del perro y el gallo encima del gato. Y la vaca y los dos carneros, andandito.

Más adelante se les apareció una paloma, que venía buscando refugio, y se unió al grupo.

Una vez que hubieron subido toda la montaña, ya muy de noche, vieron una luz a lo lejos.

A ver si hay refugio pa nosotros, dijo uno de los animales.

Conque llegaron a la casa y vieron que estaba vacía.

Entraron con mucho cuidao y vieron que había estado habitá. Entraron allí y había de tó. Era una guarida de bandoleros.

Como tenían mucha hambre, cada uno de los animales se sirvió de lo suyo: el perro, de carne; el gato, de pescado; la vaca, de pienso; los carneros, de paja; el burro, de cebada y la paloma, de trigo.

Se estaban dando un atracón cuando sintieron un ruido.

– Malo, ya vienen los dueños, dijo uno de los animales.

– Ea, a esconderse, pidió otro.

Dice el burro:

– Yo me voy a la cuadra.

Y el perro:

– Yo, a la escalera.

Y los carneros:

– Nosotros, a la puerta.

Y así, la vaca se fue al pajar, el gallo a la chimenea, el gato junto a las cenizas de la lumbre y la paloma, arriba de la chimenea.

En esto que viene un bandolero y, todo a oscuras, ve como dos brasitas que brillan en el hogar. Entonces se fue al pajar a por una poquita de paja para avivar la lumbre.

Nada más coger la paja, la vaca, que estaba allí escondida, le dió varios topetones de aúpa.

Con un puñao sólo se fue el bandolero a la lumbre a encenderla.

Se puso a soplar y el gato, que estaba allí escondido, se le tiró a la cara y lo arreguñó tó.

El hombre salió huyendo y, al querer subir por la escalera, el perro lo cogió y lo quedó medio pelete. 

Lleno de miedo, quiso escaparse por la puerta, y los dos carneros que se enrean a toparse, cogiéndolo en medio y quedándolo con las costillas rotas.

Y en esto que el gallo, desde arriba, va y canta:

¡Kikirikíiiiiii …!! ¡¡Kikirikíiiiiii …!!

Y la paloma, que estaba más arriba, empieza a arrullar:

¡¡Kree … uuuuuu … ooooooo …!! ¡¡Kree … uuuuuu … ooooooo!!

El bandolero, muertito de miedo, llegó a donde los otros.

– ¡Compañeros, ahí no se puede entrar! ¿Sabéis la de gente que hay ahí? Fijaos: en el pajar hay uno con una horquilla que te lleva, te sube y te baja todo lo que le da la gana. Si vas a la cuadra, hay un zapatero, ¡Vaya, lo bien que cose! Si vas a subir las escaleras, hay allí un tío que tiene unas uñas … que desforraja a tos. Y, gracias que no pude subir, que todavía había uno arriba que decía:

¡¡ Traédmelo aquíiiiiii …!!

¡¡ Traédmelo aquíiiiiii …!!

Y otro más arriba que decía:

¡¡ Que le rompan el culo …!!

¡¡ Que le rompan el culo …!!

Al oír todo aquello, los bandoleros salieron a todo correr y no volvieron jamás a poner los pies en aquella casa.

Fuentes:

Cuentos de animales – La cabrita y los siete cabritos

En los tiempos de Marícastaña había una cabrita que tenía siete cabritos. Y salía a alimentarse quedándoles una contraseña para cuando llamaran a la puerta:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

La cabrita se fue y el lobo, que la vigilaba, aprovechó la ocasión y llamó a la puerta diciendo:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

Los cabritos abrieron el lobo se comió a seis de los que estaban.

Sólo se salvó el más pequeñín, que se había escondido.

Un poco después llegó la cabra y llamó a la puerta:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

El cabritillo abrió la puerta.

– ¿Y los otros hermanos?

– Se los ha comido el lobo.

La madre riñó a su pequeño.

No vuelvas a abrir a nadie, aunque te den la contraseña, mientras no te enseñen una manita por la gatera de la puerta.

Al día siguiente, el lobo volvió a repetir la operación.

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

– Entra la mano por la gatera, le dijo el cabritillo desde dentro.

El lobo va y la puso.

– No, mi madre no tiene las manos sucias y tú eres el lobo.

El lobo no tuvo más remedio que irse.

Al otro día volvió otra vez, pero traía las manos mu lavás y preparás.

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

– Entra la mano por la gatera.

El lobo hizo lo que le pedían.

– No, mi madre tiene las manos más blancas.

Rabioso, cogió el lobo y se fue a un molino. Se enjarinó (enharinó, llenarse las manos de harina) bien las manos, volvió a la puerta y dijo:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

– Enseña las manos por la gatera.

Así lo hizo el lobo.

El cabritillo, confiado, abrió la puerta y el lobo se lo comió enterito.

Un rato después vino la madre y, de que vió que no había nadie en casa, salió en busca de su hijo.

Mientras tanto, el lobo, con la panzá que tenía se fue a un pozo a beber. Y como no podría entrar dentro, se sentó al lado y se quedó dormido.

La cabra, después de dar vueltas y vueltas, siguiendo el olor del lobo, por fin lo encontró. En silencio se acercó, le cortó la barriga, le sacó todos sus hijitos y lo rellenó de piedras.

Entonces, le dió un fuerte empujón y lo arrojó al pozo. El lobo se ahogó y la cabra recuperó a todos sus cabritillos.

Y me voy por un caminito y salgo por otro, si este cuento te gustó, mañana te cuento otro.

Fuentes:

Mario «El Espino»

Mario “El espino”, apodado así por un antepasado suyo que cayó sobre una chumbera y pasó toda su vida quejándose de las púas que tuvo clavadas en su cuerpo, era un joven que siempre paseaba solo por los campos de Alburquerque.

Un día conoció a una joven, Carmen, que comenzó a acompañarle en sus paseos diarios. Todas las tardes iban a la alberca y se sentaban juntos en la parte de piedra que rodea al pozo, Mario se acercaba con cuidado porque cuando era pequeño pudo morir ahogado y tenía un poco de miedo.

Pasar tanto tiempo juntos hizo que la pareja se enamorara y acabara besándose. Blas, padre de Carmen, no estaba muy contento con esa relación y menos lo estaban sus paisanos, pues se decía que Mario era analfabeto y había muchos prejuicios. 

A pesar de todo ello, Carmen seguía viéndose con él, por lo que su padre la mandó a casa de unos familiares a Madrid con la idea de que estar alejados acabaría con esa relación.

Cuando Carmen ya no se encontraba en el pueblo, el día de la romería y, aprovechando que los vecinos tampoco se encontraban allí, Blas quedó con Mario en la alberca. Mario llegó y sin decir nada, se sentó en el pozo como lo hacía siempre, Blas le miró y le empujó de tal manera que cayó al fondo del pozo y, antes de hundirse, pudo decir algunas palabras “¡Ese cardo de ahí será testigo de mi muerte!”.

Fuentes:

La Pantaruja

La pantaruja es un espantajo (algo que se utiliza para asustar o espantar) que durante la noche suele recorrer las calles del pueblo vestida con una túnica blanca y escondiendo su rostro bajo una capucha, suele llevar algo, normalmente un cirio o una antorcha y se mueve con gran rapidez por las callejuelas, descalzo.

Se dice que puede ser el alma en pena de un penitente, guiado por alguna promesa, con la única misión de vagar en solitario. 

Recibe varios nombres: pantarujas, pantarullas, mantaruja, marimanta, etc y varios son los pueblos de Extremadura en los que se dice haber visto estos espantajos. Curioso y a destacar es el caso de Alburquerque, un caso que ha llegado a ser investigado hasta por el programa Cuarto Milenio.

Corría el año 2006, cuando varios vecinos de la localidad aseguraban haber visto una pantaruja que los mantuvo aterrados durante semanas. José Pablo Rodríguez Meléndez fue uno de los vecinos que la vio, él no creía en la pantaruja, aunque de pequeño sí había oído historias acerca de ella.

José Pablo llegaba, como cualquier otra madrugada más, a su trabajo en la panificadora Virgen de Carrión, en torno a las 5 de la madrugada. Se encontraba aparcando su vehículo cuando vio, a unos 50 metros, a una persona vestida con una túnica blanca y con una capucha en la cabeza, que se encontraba haciendo movimientos extraños con todo el cuerpo. Comenzó a tocar el claxon para que los compañeros de la fábrica salieran, cuando la pantaruja echó a correr y se perdió entre el matadero municipal y una nave adyacente.

Los compañeros no oyeron el claxon debido al ruido del horno y de la radio. José Pablo les contó lo que había sucedido y al principio no le creyeron porque pensaban que era una broma, pero al ver lo alterado que este estaba, se convencieron de que era cierto lo que contaba.

De todas las experiencias que los alburquerqueños tuvieron con la pantaruja, se deduce que siempre llevaba el mismo hábito y que lo que solía cambiar es el objeto que portaba. En la mayoría de casos salía de madrugada, aunque hay un caso excepcional en el que se apareció en torno a las 20:00 de la tarde en un bloque de pisos existentes cerca de la plaza de toros, en la avenida de Extremadura.

Diversas fueron las opiniones sobre la pantaruja, había quienes creían en ella y otros, quienes pensaban que daba mala imagen al pueblo, ya que podría ser una broma de algún joven y se estaba tratando como algo real. 

El caso es que la antiquísima tradición de las pantarujas se encontraba ya extinguida en Alburquerque y durante apenas un mes, volvió a renacer, haciendo que te transportaras a esa Alburquerque medieval donde todo era posible.

A partir del minuto 25:32, se puede escuchar el fragmento del programa de Cuarto Milenio en el que hablan sobre esta leyenda.

Fuentes:

El águila blanca de Don Álvaro de Luna

Álvaro de Luna nació en Cañete, Cuenca, en 1390. Hijo de María Fernández Jaraba (conocida como “La Cañeta” o “Juana de Aranzadi”) y de, teóricamente, Álvaro Martínez de Luna, un noble aragonés. Aunque hay dudas sobre su paternidad, al ser fruto de una relación extramatrimonial, la infancia que le esperaba a Álvaro de Luna se teñía complicada al ser un bastardo, algo que era sinónimo de desavenencias de la época. 

Imagen sacada de la Revista Azagala

Por suerte para él, su padre murió cuando tenía siete años, por lo que fue criado por su tío Juan Martínez de Luna (posteriormente Juan II) y por su tío abuelo, el Papa Luna (Benedicto XIII de Aviñón).

Además de un gran caballero, era también un buen lancero, poeta y un elegante prosista. Gracias a todo esto y a sus habilidades sociales, pronto comenzó a gozar de buena reputación en la corte de Juan II, llegando a ser su mano derecha y consiguiendo su posterior nombramiento, en 1422, como Condestable de Castilla, a pesar de la oposición de gran parte de la nobleza castellana, entre ellos, los infantes de Aragón, primos del rey, quienes aseguraban que éste estaba manipulado y hechizado por Don Álvaro y se unieron para dar un golpe de estado.

Don Álvaro y el rey Juan II siempre habían tenido una muy buena amistad y una confianza forjada con el paso de los años. Cuando, Enrique III el Doliente, padre de Juan II, falleció, los infantes de Aragón querían el control de la corona y su obsesión llegó a ser tal, que incluso llegaron a secuestrar al rey, siendo liberado por Don Álvaro.

En 1445, en la primera batalla de Olmedo, la fortaleza de Alburquerque fue tomada por ejercito del rey Juan II y por Don Álvaro de Luna, venciendo a los infantes de Aragón y perdiendo éstos, en consecuencia, el control de Castilla. Como recompensa, el rey le entregó a Don Álvaro la Villa de Alburquerque, el cual mandó a construir la torre del homenaje para darle mayor altura.

El castillo de Alburquerque era para Don Álvaro una de sus joyas más preciadas, pasando siempre largas temporadas en él, pero el destino se torció. El rey Juan II se casó en segundas nupcias con Isabel de Portugal y el 22 de abril de 1951 dio a luz a una niña, la cual nombró Isabel (la Católica), desde ese momento, temerosa del poder que tenía Don Álvaro, conspiró para que el rey lo detuviera y éste, temeroso de perder los favores de su joven esposa, ordenó ejecutarlo.

El 1 de junio de 1453, por Mandato Real, es detenido Don Álvaro y conducido desde Portillo a Valladolid, quedando preso. A la mañana siguiente, el día 2 de junio, Don Álvaro es ejecutado en la Plaza Mayor de Valladolid. Se dice que, en su camino al patíbulo, lo último que Don Álvaro gritó fue “Alburquerque”. 

La leyenda dice que, en primavera, al caer la tarde, se puede observar como un águila blanca sobrevuela la fortaleza y se posa sobre sus murallas. Se dice que el águila es Don Álvaro de Luna, reencarnado, velando y protegiendo la villa que siempre fue suya.

Fuentes: