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Las adivinanzas de Juanillo

El siguiente cuento está catalogado dentro del libro en el apartado de Cuentos maravillosos.

Pedro Montero Montero en su artículo Literatura tradicional cuentos populares extremeños: Una aportación metodológica desde la etnografía (Pág. 9), habla de cómo estos cuentos en Extremadura se conocen como Cuentos de encantamiento, registrado así por Sergio Hernández Soto en su libro Cuentos Populares de Extremadura de 1886, ya que se considera que en ellos aparecen diversos personajes y seres especiales realizando actividades mágicas, sobrenaturales o, incluso, sobrehumanas.

Las adivinanzas de Juanillo (Imagen sacada del libro los cuentos populares extremeños en la escuela de Pedro Montero Montero)

Pues, señor, cuentan de un tal Juanillo que era tonto y que tenía una madrastra.

La madrastra no sabía cómo deshacerse de él. Un buen día salió una orden de que quien dijera tres adivinanzas a la Reina sin que las acertase se casaría con ella.

Así que se enteró, Juanillo decidió probar fortuna.

La madrastra, para que no volviera más, le envenenó tres panes y se los metió en las alforjas de su burra Pancha.

Después de andar y andar, se puso a descansar un rato bajo uno de los árboles del camino y se quedó dormido.

La burra, mientras tanto, se comió los tres panes de las alforjas, muriéndose inmediatamente.

En esto, vinieron tres cuervos, picaron de la burra y murieron también.

Cuando despertó Juanillo vio a su burra muerta junto a los tres cuervos y trozos de los tres panes.

Inmediatamente se da cuenta, a pesar de lo tonto que era, de que alguien los había envenenado.

Así que, coge sus cosas y prosigue su camino.

Sin bocado que llevarse a la boca, le sale una liebre, le tira una piedra y la mata. Pero, mira por dónde, la liebre estaba preñá.

– ¿Qué hago con la liebre si no tengo leña para asarla? ¿Y qué hago sin nada para beber?

Con estos pensamientos siguió andando, andando, hasta ver los paredones de una ermita medio derrumbada.

Se enlió a buscar por allí y descubrió la pila bautismal todavía con agua.

– ¡Qué bien, aquí hay agua!

Bebió y apagó su sed.

– ¿Y cómo aso la carne?

Volvió a buscar y encontró unos libros viejos.

– Esto, para asar la liebre.

Así lo hizo y acabó con el hambre que llevaba.

No hacía un rato que había comido cuando, pensando, pensando, se le vinieron las tres adivinanzas que haría a la Reina.

Total, que, a la mañana siguiente, después de mucho andar, llegó al Palacio de la Reina y pidió audiencia.

– Ahí van las tres adivinanzas, Majestad:

«Tres mataron a Pancha y Pancha mató a tres.

Tiré a lo que vi y maté lo que no vi.

Comí carne que con palabras fue asada y bebí agua que ni

en la tierra ni en el cielo estaba».

Y como no supo contestarle, la Reina cumplió su palabra y se casó con Juanillo.

Y se casaron, fueron felices, comieron perdices y a mí me dieron con un hueso en las narices.

La solución al acertijo se saca del (Acertijos Extremeños, Juan Rodríguez Pastor):

Tres (panes envenenados) mataron a Pancha (la burra que los comió) y Pancha mató a tres (cuervos que picaron en ella, ya muerta). Tiré a lo que vi (una liebre) y maté lo que no vi (estaba preñada). Comí carne (de la liebre) que con palabras (con libros) fue asada y bebí agua (bendita) que ni en la tierra ni el cielo estaba (en la pila bautismal).

Fuentes:

A mulher do zé pouinho

El siguiente cuento está contado por Antonio Farropo, de la Campiña de La Codosera y transcrito por Manuel Simón Viola Morato para el libro:

A mulher do Zé Pouvinho

amontada no seu borrinho,

o burrinho é fraco

amontado en un macaco,

o macaco é valente

amontado numa trempe,

a trempe é de ferro,

amontada num martelo,

o martelo bate sola

amontado numa bola,

a bola é redonda

amontada numa pomba,

a pomba é branca

amontada numa tranca,

a tranca é de pao

amontada num calhau,

o calhau é duro

amontado num burro,

o burro é de sera,

amontado numa pera,

a pera é mole e por aquí se engole1

1En el libro se traducen solo ciertas palabras: trempe (trébedes), sola (suela de zapato), pomba (paloma), calhau (risco), sera (serón), mole (blando), engole (engulle). Guimarães incluye un texto similar titulado “Lengalenga” (monserga): “Amanhã é Domingo / pé de cachimbo. / Galo montês, / Pica na rês; / A rês é de barro / Pica no adro; / O adro é fino / Pica no sino; / sino é de oiro / Pica no toiro; / O toiro é bravo / Arrebita o rabo / P’ra cima do telhado”.

Fuentes:

Cuentos de tontos – La muerte del tonto

El siguiente cuento está contado por Antonio Farropo, de la Campiña de La Codosera y transcrito por Manuel Simón Viola Morato para el libro:

A Juan el tonto lo mandó su madre a por una carga de leña. Cuando llegó, se puso a cortar una pernada de encina, sentado en la pernada y cortando en el tronco. Pasó por allí uno que le dijo:

– ¡Juan! En cuanto acabes de cortar la pernada te caes

– ¡Qué me voy a caer con lo bien agarrado que yo estoy!

En efecto. Cortó la pernada y se cayó el tonto para el suelo. Dijo entonces:

– Ese tío es muy listo. Ese tío tiene que saber cuándo yo me muero.

Sale con el hacha derecho al tío diciéndole:

– Tú me tienes que decir a mí cuándo me muero yo. Tú tienes que saberlo.

El otro, para salir del paso, y un poco asustado le dijo:

– Pues mira, le echas una carga de leña buena a la burra y la pones a la barrera arriba y cuando se tires tres pedos entonces te mueres tú.

El tonto cargó la burra bien cargada, la arreó y la burrita, barrera arriba, se tiró una castaña. El tonto dijo:

– ¡Me siento poco bueno! ¡Arre, burra, que no voy a llegar a casa!

Le dio un palo a la burra y la burra se tira otro. El tonto dijo:

– ¡Ay, ¡qué malo estoy!

Y ya últimamente la burra se tira el tercer pedo. El tonto se cayó para el suelo y dijo:

– ¡Ya estoy muerto!

La burra siguió para delante con la carga de leña y del pueblo salieron en busca de Juan el tonto y lo encontraron allí tumbado al pie del camino.

– Callaros, que estoy muerto.

– Venga, hombre, déjate de tonterías.

– Que no, que no. Que yo estoy muerto. Que no puedo moverme.

“¿Cómo hacer para que este se venga para casa?”, pensaron, y uno dijo:

“Pues vamos a mandarle la novia, a ver si así se viene”.

Le mandaron la novia, y cuando llegó, levantó el tonto la cabeza y vio que estaban los dos solos allí en el campo, y dijo:

– ¡Ay, Dios, que ocasión para si yo estuviera vivo.

Fuentes:

Cuentos maravillosos y de encantamiento – Juan de la cachiporra y la cueva encantada

El siguiente cuento está contado por Antonio Farropo, de la Campiña de La Codosera y transcrito por Manuel Simón Viola Morato para el libro:

Un oso robó una moza, se la llevó a una cueva y al fin de equis tiempo la moza tuvo un hijo. El oso, cuando salía a buscar fruta y comida para la moza y el niño, ponía a la puerta de la cueva una piedra muy gorda. La madre le contaba entonces al hijo una historia de la cueva de los tres encantos y que había tres monstruos guardándolos, hasta que el afán del muchacho era desencantar aquellos encantos. Al fin, le dijo a la madre que estaba dispuesto a ir y la madre le preguntó cómo iba a salir si la puerta tenía una piedra puesta. “No, yo tengo mucha fuerza; yo soy capaz de sacar esa piedra”. Sacó la piedra y salió.

Hizo una cachiporra que pesaba cuarenta arrobas y salió marchando. Pasó por uno que estaba labrando con una yunta de burros y le preguntó si sabía el camino de la cueva de los tres encantos y el hombre que estaba labrando cogió el arado con las burras y señaló:

– ¡Es pa allí!

– Oye, y ¿tú te querías venir conmigo?

-Siiiií. Yo voy

Soltó los burros y se fue con él, y yendo andando los dos se encontraron otro que estaba arrancando pinos en el medio de un pinar. A diestra y siniestra echaba las manos a un pino, y uno, otro, y aquel, y otro. Le preguntaron:

– Eh, ¿falta mucho para llegar a la cueva de los tres encantos?

– No, poco. Es allí. -dijo señalando con uno de los pinos más grandes

– ¿Te quieres venir con nosotros que vamos a desencantar la cueva de los encantos?

-Sí, yo voy

Llegaron los tres y ninguno quería bajar al algarve (un agujero profundo en la tierra), así que bajó él, pero les dijo: “Yo me llevo una campanilla y cuando la toque vosotros tiráis para arriba de la soga porque es que estoy en peligro”.

Bajó y llegó cierto momento que entre mosquitos y murciélagos y cosas se vio completamente angustiado y tocó la campanilla, pero como los otros ya tenían miedo de él lo que hicieron fue soltar la soga y cayó, y cayó en otro mundo; y cuando se vio allá se dijo: “Bueno, pues aquí ya, a lo hecho, pecho”. Salió andando por una vereda y se encontró una rivera con unas pasaderas que ponían:

“Passarás mas não voltarás”

“Pues yo paso”, dijo, pero no fue más que poner un pie en el otro lado de la rivera se presentó un toro bravo berreando y bramando. Echa mano a la cahiporra, palo va, palo viene, tuvieron una gresca grande, y al fin ganó al toro. Entonces se oyó una voz que salía de la boca del toro que decía: “Rájale la barriga”. Lo hizo y salió de allá una moza bonita, bonita, que se fue con él.

Iban andando y se encontró con otra rivera y otras pasaderas que decían igual:

“Passarás mas não voltarás”

“Pues yo paso”, dijo, y nada más pasar, ¡una serpiente! Cachiporrá va, cachiporrá viene, hasta que venció a la serpiente. Entonces una voz dijo: “Rájale la barriga a la serpiente”. Lo hizo y salió de allá otra moza todavía más guapa que la primera y se la llevó también con él.

En otra rivera le pasó lo mismo y en la otra orilla se le presentó el diablo con una horca en la mano pegándole jinchonazos, pero el tío con su cachiporra, porrada va, porrada viene, derrotó al diablo y una vez que lo tuvo derrotado echó mano a la navaja y le cortó las orejas y se las metió en el bolsillo. Entonces se apareció otra moza más guapa todavía que ninguna de las otras dos. ¡Tres mozas a cuál de ellas más guapa! “Pues ahora, dijo, me vuelvo para la cueva”.

Llegó, tocó la campanilla, le echaron la soga y subió una moza, volvió a tocar la campanilla y subió otra, tocó otra vez y salió la otra, pero a él, por mucho que tocó la campanilla, el Arrancapinos y Juan de las Burras le tenían miedo, y no le echaron la soga. El hombre se vio desesperado, sin nada que comer, y se acordó que en el bolsillo tenía algo: sacó las orejas del diablo y empezó a comérselas. Entonces se presentó el diablo y le dijo:

– Pídeme lo que quieras, pero no me roigas las orejas.

– Pues si quieres que no me las coma, ponme arriba.

Ya arriba, se echó a cuestas la cachiporra y salió en busca de los otros dos, pero ellos, cuando se enteraron de que Juan de la Cachiporra andaba por allí, pusieron pies en polvorosa y por aquí cerca pasó uno corriendo. Las tres mozas se quedaron con Juan.

Fuentes:

Cuentos de listos – Don Monociego

El siguiente cuento está sacado del libro Cuentos populares arrayanos, escrito por Manuel Simón Viola Morato:

Don Monociego [amo]

Luminancia [lumbre]

Rabichote [gato]

Morundangos [asientos de corcho]

Santos [Chorizos]

Brazos de a Constancia [cama]

Superior de abundancia [agua]

Fuentes:

Cuentos de animales – La comadre zorra y la comadre cigüeña

Cuentan los que lo vieron, yo no estaba, pero me lo dijeron, que eran una comadre zorra y una comadre cigüeña. Como comadres, se juntaban todos los días y charlaban de sus cosas.

Un día la comadre zorra le dice a la comadre cigüeña:

– ¿Quieres, comadre, que hagamos unas papitas?

– Ea, pues vamos a hacerlas, le contestó la cigüeña.

– ¿Adónde las vamos a hacer?, preguntó el animal del pico largo.

– En una lanchita, le contestó la zorra.

Hicieron sus papitas y se pusieron a comer. La zorra, con su lengua, se comió todas las papas y se puso como el Quico. La cigüeña, con su piquito, se quedó con las ganas.

Al otro día se vuelven a Juntar y la comadre cigüeña le dice a la comadre zorra:

– Comadre, ¿quieres que hagamos otras papilas?

– Sí, vamos a hacerlas, le contestó la zorra.

– Y, ¿se puede saber dónde las vamos a hacer?

– Mira, comadre, esta vez las haremos en este aceitero, dijo la cigüeña.

Hacen las papilas en el aceitero y la cigüeña, con el pico tan largo que tiene, se comió todo, llevándose la zorra las mijinas que caían.

La zorra se enfadó y va y le dice a su comadre:

– Comadre, me has engañao.

– Yo no te he engañao, le soltó la astuta cigüeña. No sé por qué te pones así.

– Es que hoy te has comío todas las papas, dijo la zorra.

– Pues ayer te las comiste tú, le contestó la cigüeña.

– Ea, pues vaya una cosa por la otra.

Aquello quedó así, pero al día siguiente se volvieron a ver.

La cigüeña le dice a su comadre:

– Comadre, ¿quieres venir a una boda en el cielo?

– ¿Cómo vamos a ir a una boda al cielo?, inquirió la zorra.

– Si, mira, tú te montas encima de mí y yo te llevo volando a la boda del cielo.

– Eso ya está hecho, vámonos. ¡Hala!

La confiada zorra se montó encima de la cigüeña y empezó a volar.

Venga a levantar, y levantar, y levantar, y de que iban muy alto, la zorra, con algo de miedo, va y le dice a su comadre:

– Comadre, no vayas tan alto, que ya ni veo la tierra.

– No te preocupes, que todavía está el cielo más lejos, le respondió la cigüeña.

¡Ay, comadre, ámonos pa atrás!, decía la zorra muerta de miedo.

– ¡Uy, vete tú!

Y sin pensárselo dos veces, se volvió de espaldas y dejó caer a la zorra desde allí mismo.

Pero, ¿dónde fue a caer la zorra? En un centenal. Y se le metió una pajita en el culo y se oyó:

– ¡¡ Uuaaaahhhh …!!

Y colorín, colorao, este cuento s’hacabao, y quien no diga jacha, jigo y jiguera, no es de mi tierra.

Fuentes:

Cuentos de animales – La cabrita y los siete cabritos

En los tiempos de Marícastaña había una cabrita que tenía siete cabritos. Y salía a alimentarse quedándoles una contraseña para cuando llamaran a la puerta:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

La cabrita se fue y el lobo, que la vigilaba, aprovechó la ocasión y llamó a la puerta diciendo:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

Los cabritos abrieron el lobo se comió a seis de los que estaban.

Sólo se salvó el más pequeñín, que se había escondido.

Un poco después llegó la cabra y llamó a la puerta:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

El cabritillo abrió la puerta.

– ¿Y los otros hermanos?

– Se los ha comido el lobo.

La madre riñó a su pequeño.

No vuelvas a abrir a nadie, aunque te den la contraseña, mientras no te enseñen una manita por la gatera de la puerta.

Al día siguiente, el lobo volvió a repetir la operación.

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

– Entra la mano por la gatera, le dijo el cabritillo desde dentro.

El lobo va y la puso.

– No, mi madre no tiene las manos sucias y tú eres el lobo.

El lobo no tuvo más remedio que irse.

Al otro día volvió otra vez, pero traía las manos mu lavás y preparás.

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

– Entra la mano por la gatera.

El lobo hizo lo que le pedían.

– No, mi madre tiene las manos más blancas.

Rabioso, cogió el lobo y se fue a un molino. Se enjarinó (enharinó, llenarse las manos de harina) bien las manos, volvió a la puerta y dijo:

Abrid, hijos míos, que soy vuestra madre, que vos traigo leche en el tete y aceite en el cornete

– Enseña las manos por la gatera.

Así lo hizo el lobo.

El cabritillo, confiado, abrió la puerta y el lobo se lo comió enterito.

Un rato después vino la madre y, de que vió que no había nadie en casa, salió en busca de su hijo.

Mientras tanto, el lobo, con la panzá que tenía se fue a un pozo a beber. Y como no podría entrar dentro, se sentó al lado y se quedó dormido.

La cabra, después de dar vueltas y vueltas, siguiendo el olor del lobo, por fin lo encontró. En silencio se acercó, le cortó la barriga, le sacó todos sus hijitos y lo rellenó de piedras.

Entonces, le dió un fuerte empujón y lo arrojó al pozo. El lobo se ahogó y la cabra recuperó a todos sus cabritillos.

Y me voy por un caminito y salgo por otro, si este cuento te gustó, mañana te cuento otro.

Fuentes:

La cabrita

Cuento tomado de Cuentos extremeños de animales de Juan Rodríguez Pastor.

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Los siete cabritillos

Cuento tomado de Arte verbal urbano: Apoximación etnográfica a los cuentos populares extremeños en la ciudad de Badajoz de Pedro Montero:

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